Marcos Sánchez Foncueva, a nivel mundial uno de los mayores expertos en urbanismo, nos brinda este artículo sobre el problema del turismo rural en España.

Analizaba en nuestro anterior Punto de Encuentro cómo la cuestión del sobreturismo estaba en el centro del debate social, económico, inmobiliario y académico y cómo los procesos de turistificación se han intensificado tras el paréntesis de la pandemia.

Los cambios en el debate acerca de un nuevo y necesario paradigma turístico que, durante la explosión del covid, muchos vaticinaron que se iría a producir, por cierto, quedaron en agua de borrajas y, como con esta, no resultó preñez alguna en aquellos que se acercaron a probarla. Este considerable aumento del sobreturismo, antes y después de aquel penoso año, ha sido especialmente significativo en los espacios urbanos, en la ciudad y, lo que es más peligroso, la percepción de aquel sentido adverso del término turistificación que refería al explicar el turismo rural, es mucho más acusada entre los habitantes de nuestras ciudades, especialmente en aquellas que tienen el privilegio de estar bañadas por el Mediterráneo y en la ciudad de Madrid.

Así, al aproximarme al análisis de la turistificación de la ciudad, no puedo evitar utilizar dos de los marcos de referencia que en este sentido instrumentan el debate, especialmente la teoría de la urbanización planetaria y las teorías de las crisis.

En efecto, el camino hacia la ciudad global parece no tener vuelta atrás y la atracción que la urbe ejerce sobre el ser humano, comenzada en la cuenca mesopotámica y en las ciudades egipcias y griegas y certificada desde la misma fundación de Roma, no parece vaya a detenerse, ni a matizarse, ni siquiera por la irrupción de una plaga que se ceba, sobre todo, en la ciudad. Ello lleva a introducir, en la primera ecuación, al término en cuestión y ya es unánime el planteamiento de una turistificación planetaria como término aparejado al de urbanización.

Por otro lado, desde las teorías de las crisis, hemos podido constatar cómo una enfermedad devastadora no ha llegado a introducir, a su pesar y sin embargo, una reflexión acerca del turismo de masas, habiendo quedado esa inquietud, sin más, en la fugacidad de aquel mortífero paréntesis.

Con todo, sí se está incidiendo, al menos por academia y expertos, en el estudio y análisis de los factores que desencadenan el crecimiento desmesurado del turismo en la ciudad, procurando nuevos puntos de vista a las políticas públicas que puedan llevar al planteamiento de nuevos modelos de negocio turístico y que muchos de los intervinientes involucrados, públicos y privados, comienzan a considerar. Como es lógico, la reflexión que comienza en la academia es motivo suficiente para el optimismo, pues sin ese primer paso no se habrán de producir los demás.

Vuelvo, entonces, a situar la discusión en el centro, allá donde la virtud dispone que se ubiquen los mejores movimientos del alma convirtiéndose en fuente de sus mejores acciones y pasiones, para partir de la comprensión de la turistificación de la ciudad como fenómeno complejo y multidimensional y por ello, proclive a la ideologización y a la simplificación maniquea, que involucra a una multiplicidad de actores con intereses diversos y muchas veces contrapuestos y, en definitiva, generador de conflictos y de cambios sociales, económicos y culturales cuya destinataria final es la vida diaria de los ciudadanos.

En uno de los polos del debate sobre la ciudad turistizada que se alejan de aquel centro liberador de la conciencia se encuentran los impactos negativos de la turistificación, donde se observa la expulsión del centro de la ciudad y de algunos de sus barrios aledaños del ciudadano histórico o tradicional, de las familias, percibiendo también el deterioro de la convivencia causado por un turismo ocasional, mal organizado y peor dirigido, o la reconstrucción o regeneración del centro urbano para el turismo como objetivo principal o prioritario que algunas ciudades, menos cada vez, se empeñan en practicar. Y flanqueando a todo ello, muchas veces como causa, alguna como consecuencia, el impacto demoledor de la turistificación en el mercado inmobiliario de la ciudad, sobre el que más adelante me extenderé.

Conviene en este punto matizar el discurso, otra vez, desde el lenguaje. Se escucha a menudo hablar de gentrificación turística cuando, desde el punto de vista semántico, ambos términos se alejan, son contrapuestos en significado y resultado.

En efecto, la gentrificación implica el desplazamiento del ciudadano tradicional, que es sustituido por habitantes con un mayor poder adquisitivo que se establecen como nuevos pobladores residentes de los barrios históricos cuando, muy distinto por sus efectos sobre el tejido urbano, la turistificación o turistización se refiere al mismo desplazamiento, pero la población de origen es aquí sustituida por población flotante, no por habitantes o residentes. Tal distinción no es baladí, pues la gentrificación, mala o buena, tenderá a la conservación y al mantenimiento de los barrios, mientras que la turistificación deviene en un deterioro progresivo que supondrá un importante lastre económico para las arcas municipales. Esto es, la gentrificación, en la inmensa mayoría de los casos, no implica la pérdida de identidad del ciudadano. Esta podrá cambiar, modificarse, pero no desaparecerá la identificación de los nuevos habitantes con el barrio gentrificado y la mayor parte de los nuevos residentes se ocuparán de conservar y mantener aquello con lo que se identifican.

Otro asunto será el referido al valor simbólico e histórico, que sí acabará perdiéndose en muchas situaciones de gentrificación. Sin embargo, la turistificación implica la pérdida de la identidad y del valor simbólico de la ciudad turistizada, a salvo inversiones mastodónticas que ayuden a la conservación de ambas variables, digamos que artificialmente, por las autoridades municipales.

Piense el lector en un ejemplo de barrio gentrificado en la ciudad de Madrid, Chueca. Más allá de la especialización, que nos situaría en el interesante análisis de una gentrificación LGTBI, en este hay una fuerte identificación del nuevo residente con su barrio, lo cual redunda en una mejor conservación de sus calles y plazas. Otro asunto es el valor simbólico o histórico del barrio y su origen, estos se perdieron. Pero resulta incuestionable que Chueca pasó de ser un barrio marginal de Madrid, sumido en la delincuencia y en la droga en los inicios de la prodigiosa década de los 80, a ser uno de los más visitados y exclusivos de la capital.

Al propio tiempo, y por otro lado, tal gentrificación ha derivado, con los años, en una turistificación de sus calles, que aquellos ya no tan nuevos residentes comienzan a rechazar con disgusto. Quizá por ello algunos hablan de gentrificación turística, pero explicado ha quedado que ambos términos no deberían conjugarse, so pena de inducir a confusiones que ayuden a complicar, más aún, un panorama regulatorio poco eficaz.

En el polo opuesto al negativo, igualmente alejado de aquella virtud redentora, han de situarse los argumentos que justifican que el turismo no puede considerarse en ningún caso un factor negativo para la ciudad, amparándose en su capacidad transformadora, positiva en términos económicos y sociales, para turistas y residentes.

Cierto es, y es indudable, que el turismo urbano está generando ofertas de extraordinaria calidad ligadas al exponencial incremento de visitantes. Pienso ahora en cómo los hoteles madrileños han sabido adaptarse a esta nueva demanda ofreciendo un servicio singular, como lo es la adaptación de sus azoteas y terrazas, convirtiéndolas en excepcionales miradores del paisaje urbano y atrayendo, con ello, no sólo a los clientes del hotel, sino muy especialmente a la población local, ávida también de ofertas de ocio de calidad. Pero no por ello ha de darse por bueno todo lo que tenga que ver con el turismo y esto es, claro, producto del sentido común que es el primero que ha de ponerse en juego cuando se analiza un fenómeno tan complejo y transversal como el turismo.

Ello nos lleva a situar el debate en uno de los efectos más nocivos de la turistificación urbana, que es el advertido impacto sobre el mercado inmobiliario local. En este sentido, y volviendo a la teoría de la urbanización planetaria, es unánime la doctrina en señalar que esta produce efectos contradictorios en la ciudad, especialmente en sus centros históricos y barrios aledaños.

Entre otros, un parón en el crecimiento demográfico derivado del traslado de las familias, del ciudadano histórico o tradicional; el paulatino envejecimiento de sus residentes; la revitalización funcional, administrativa y universitaria de las edificaciones; aquella reorientación económica que está en el origen de la turistificación y, como consecuencia de los anteriores, soluciones contrapuestas respecto a edificios y viviendas, resultando en el abandono y degradación de muchas y en la reforma y rehabilitación de otras tantas, para su destino a aquellas élites, lo cual dará lugar a la gentrificación, o al cada vez más pujante uso turístico.

es aquí donde sitúo el problema más complejo, el uso turístico. La economía colaborativa o economía inteligente, siempre positiva para fortalecer la sostenibilidad económica de las ciudades, se ha convertido, por su enorme potencial, en el principal problema. Esta paradoja urbana, como tantas, aleja a la ciudad, otra vez, de la virtud. Y es que como nos recuerda la dramaturga francesa Marguerite Yourcenar, nuestro gran error es intentar obtener de cada uno en particular las virtudes que no tiene y desdeñar el cultivo de las que posee. Así, y aquí, la incapacidad de un sistema urbanístico caduco para regular el uso turístico en la ciudad, movido en su mayor parte por aquella economía colaborativa, en la que las plataformas para el uso temporal y turístico de viviendas ha sobrepasado, con mucho, su capacidad regulatoria. La inflexibilidad y determinismo de nuestro urbanismo se ve en estos días, definitiva y radicalmente, incapaz de afrontar un mercado tan líquido y flexible como lo es el del uso turístico.

Sin mucho espacio para más, aunque amenazando al sufrido lector con volver a la carga sobre temas tan complejos e interesantes, me refiero, por último, hoy, a la reconversión de locales comerciales para su destino a uso turístico.

No quiero abandonar el equilibrio y la centralidad que propugno para abordar el fenómeno de la turistificación, por eso seguiré abogando por un estudio y un análisis profundo y detallado, caso por caso y ayudado siempre por las TIC, de los supuestos en que puede ser beneficioso para la ciudad esta transformación. Baste apuntar que antes de consentir el cambio indiscriminado de uso comercial a residencial y/o turístico, deben conocerse las causas que determinan la pérdida de atractivo comercial de las calles y barrios o su desplazamiento a otras zonas y constatar y concluir si existe la posibilidad de establecer mecanismos o procesos de revitalización comercial, que terminen con la recuperación del tejido comercial, productivo, social, económico y demográfico del barrio en cuestión.

Otra conclusión nos llevará a la pérdida de la ciudad y del ciudadano, pues resulta obvio que siempre acuciará a la ciudad la necesidad de vivienda y desde esta postura será fácil justificar la transformación residencial a comercial, aunque ello suponga el fin de la ciudad para el ciudadano.

Último apunte. La decisión del Ayuntamiento de Madrid de entrar en el mercado de la vivienda, adquiriendo inmuebles para su puesta en valor social, a través de fórmulas flexibles de tenencia es, desde mi punto de vista, uno de los caminos esenciales para que la ciudad pueda seguir creciendo y para apuntalar los efectos positivos del turismo. Una ciudad turistizada desde la programación y la inteligencia, en la que su ayuntamiento se convierte en agente moderador de los posibles efectos nocivos de la turistificación y en codirector del futuro inmobiliario de sus zonas más representativas, sabrá conservar y potenciar sus valores simbólicos, su esencia y la identidad de sus ciudadanos. Miren ustedes a Viena. Es un camino largo que, desde luego, no podrá medirse en tiempos políticos. De ahí que hayamos de aplaudir la valentía del actual equipo de Gobierno municipal con su decisión de iniciar el recorrido. El ciudadano estará, seguro, vigilante para que se siga transitando